Capítulo 5 de "Érase una vez... una chica sin nombre"
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Todo estaba dispuesto en
punto de las ocho de la mañana de ese lluvioso día de fines de verano para la
reunión anual de altos ejecutivos de HUNICACORP. En la enorme y elegante mesa
de ébano de la sala de juntas, humeaban varias tazas de café solicitadas por
esos hombres que estaban en la mira constante de los headhunters, codiciados por grandes empresas globales debido a su
capacidad de dirección, disciplina y habilidades para el logro de resultados.
Esa húmeda pero hermosa
mañana, en el séptimo piso del elegante edificio corporativo, decidirían el
posible ascenso jerárquico de los candidatos clave de la organización, en
función a los gráficos que arrojaba de cada uno, el sistema de evaluación del
desempeño de HayGroup con que contaba
la exitosa y reconocida empresa de clase mundial.
Comenzaba la reunión tan
esperada por muchos gerentes de zona, distribuidos estratégicamente a lo largo
y ancho de la república y que con ansía esperarían la noticia de “listo para su promoción”, “permanece en su puesto” o “transferencia horizontal”. A estos
candidatos (quienes no podían estar presentes en esa reunión), se les
denominaba “Linces” en un código no
escrito de los altos mandos, que significaba que éstos ejecutivos de medio
nivel tenían experiencia y una visión amplia del negocio de la famosa
trasnacional y que, en base a resultados, serían considerables candidatos para
un ascenso en el escalafón de mando tan codiciado en la organización.
Se analizaría con lupa a
todos aquéllos que tenían amplias posibilidades de llegar algún día a “Águila”. No sin pasar por “Tigre”, “Lobo”, “Gacela” y hasta “Cóndor”, éste último, reservado
exclusivamente en reuniones de accionistas para seleccionar, en caso dado, al
director general Corporativo del emporio estadounidense.
El “Lince” ciertamente era el más bajo en la semiótica de los jefes,
pero ser llamado así, implicaba el orgullo de ser de los pocos visualizados
(tres en total) entre decenas de gerentes regionales con resultados dignos de
revisión por los jerarcas de HUNICACORP y con alta probabilidad de llegar a ser
enclaves en alguna de las diecisiete divisiones que conformaban el holding con
presencia en los cinco continentes.
En punto de las 8 am dio
comienzo la reunión liderada por Israel, el director divisional, quien tenía un
peso específico, más no dictatorial para los nuevos nombramientos.
Transcurrida más de
media mañana, llegó el turno de hablar del desempeño de Alberto, el gerente de
la zona Centro-Occidente de la empresa.
El Caballo Bronco.
-Ese “Caballo Bronco” no
está listo. Comentó Abelardo, el contralor general de la división al aparecer
el gráfico de resultados de Alberto en pantalla.
“El Caballo Bronco”… extraño
mote si tomamos en cuenta que en HUNICACORP no existía ese código en la
evaluación del desempeño, así que todos soltaron una sonora carcajada por la
que parecía ser una ocurrencia de uno de los hombres más temidos en la empresa,
tanto por su nivel y posición en la estructura organizacional, como por ser el
“detective” de todas las operaciones financieras y el control administrativo de
la división. Era muy sabido en toda la república, que donde se presentara
personalmente Abelardo, habría “varios
caídos”, bajas, “muertos”, “pelas” pues era un hombre muy celoso de
su trabajo y rara vez fallaba en las auditorías internas en donde iba a la caza
de algún ejecutivo que no estaba haciendo bien su trabajo administrativo y
control financiero, no necesariamente con dolo, pues la selección de personal
de HUNICACORP se consideraba una de las más estrictas e infalibles del país
para seleccionar a lo mejor del mercado laboral.
Abelardo disfrutaba se
puede decir, de una manera sádica, cuando rompía con la trayectoria de todo
aquél ejecutivo que, para su infortunio apareciera en su “lista negra”, no importando antigüedad o resultados en la empresa.
Una vez puesta la mira de Abelardo, era muy difícil que no diera en el blanco.
-Explícate Abelardo.
Increpó Israel, después de dar un sorbo al café importado de tierras
colombianas especialmente para él y sus subordinados directos.
-No creo que esté
preparado. Contestó Abelardo.
-¿Por qué? Preguntó
nuevamente el director divisional; Si sus resultados en pantalla claramente avalan
que es un “Lince” y no un “Caballo Bronco” como tú acabas de
bautizarlo, dijo con cierto sarcasmo.
-Le llama así…-, se
adelantó a contestar Rubén, el gerente de área, porque no es un muchacho que se
discipline fácilmente y Abelardo jamás ha podido domarlo.
Soltaron nuevamente la
carcajada, todos los ahí presentes, pues además de lidiar con un código no establecido,
se aumentaba otro paradigma: “domar”.
-¿Aparte de atarantarte
con números, ahora te dedicas a la “doma
de caballos” Abelardo?- Mencionó un tanto divertido Israel, que veía como
un rompehielos el giro que había tomado la reunión.
-Bueno, es que ustedes
no tienen que batallar con él- Mencionó Abelardo, un tanto molesto por el
comentario de Rubén, quien entre pasillos era considerado una “Águila” y posible sucesor de Israel.
- Se brinca todas las
“trancas”-. Continuó Abelardo, y soltaron una vez más sonoras risotadas, pues
en lugar de reunión de revisión del desempeño de una seria y muy bien
posicionada empresa, se estaba convirtiendo aquello en una reunión de cowboys
en cantina de pueblo.
- No respeta reglas,
jerarquías ni políticas de la empresa- Aclarando la garganta continuó Abelardo
visiblemente molesto. -No respeta a nadie, es irreverente. ¡Casi me reta a
golpes en la última Convención Nacional de Ventas! –Mencionó visiblemente
indignado.
-¿Ahora tenemos a un
boxeador en potencia? ¡Vaya! Se pone interesante ése tal Alberto-, mencionó nuevamente
muy divertido Israel, seguido nuevamente por risas más discretas de los
presentes, pues se estaba calentado la reunión y se antojaba un tanto diferente
ese coloquio al acostumbrado.
-Ustedes conocen las
normas y procedimientos de la Compañía y Alberto se las pasa por el arco del
triunfo, y mi función es evitar precisamente ese tipo de indisciplinas- Continuó
Abelardo, a la vez que, como tenía acostumbrado, sacaba de su portafolios un
legajo de papeles, aptitud y actitud típica de los contralores que todo lo
quieren mostrar con evidencias irrefutables, como fiscal en juicio ante un
tribunal superior.
-Alberto- Dijo a paso
seguido, -es el gerente que más nos cuesta en la división. Tanto sus gastos de
viaje como de representación son excesivos. Se acaba los vehículos en dos años,
se ha confrontado con toda la competencia de su zona con actitudes por demás
cuestionables argumentando competencia desleal de los mismos y lo más grave:
toma costosas decisiones que salen de su ámbito y las ejecuta antes de ser
autorizadas por su gerente de distrito, dejando más que claro que no respeta
niveles ni jerarquías-, concluyó enfáticamente.
¡Gulp!.
Israel ya no rió. Adoptó
el rictus que le caracterizaba cuando algo no le gustaba. Hubo un espacio de
silencio que parecía que iba a terminar en el despido de Alberto.
-Te recuerdo Abelardo-,
se adelantó la voz de Rubén nuevamente, en una actitud franca de la seriedad
que ameritaban las acusaciones sobre su, en varios escalafones, subalterno
Alberto - que en varias ocasiones lo has acusado en falso ¡en mi presencia y
varios contralores de la división! …Creo que no soportas su estilo, y menos que
falles en tus apreciaciones. Alberto ciertamente es irreverente cuando se sabe
agredido con falsos argumentos, ¿quién no? preguntó. La ocasión que te retó yo
mismo intervine ¿recuerdas?, le pusiste una lámpara en la cara en una reunión
formal jugando al “interrogatorio”,
muy a tu estilo, y por supuesto que no le gustó. Considero que tus comentarios
sobre Alberto, obedecen más a un duelo no declarado entre ambos, que a
situaciones objetivas.
-Además-, continuó
Rubén, -me permito recordarte que ese “Caballo
Bronco” como tú le llamas, tiene el récord en cuatro años continuos de la
zona de mayor crecimiento sostenido en la república, tiene la más alta calificación
en el rubro de liderazgo, viaja un promedio de 7000 km mensuales por carretera
y efectivamente no respeta normas pues hasta de noche maneja cuando sabe que
eso está prohibido por la Compañía. Sin embargo en esos desacatos se basan sus
resultados. Por lo que te voy a pedir, que si no tienes sustento para demostrar
alguna acusación grave contra él, te abstengas en ésta mesa de hacer esos
comentarios y analices de manera sistémica su desempeño-, concluyó.
Abelardo cayó
metafóricamente ante los argumentos de Rubén y…calló en lo que respecta al tema
de Alberto muy a su pesar, y no dijo más palabra alguna.
Ahí terminó la reunión,
al menos en lo que concernía al desempeño de Alberto.
La cotidianeidad del trabajo.
La mañana comenzó como
prácticamente todos los días en la oficina de Alberto...discutiendo a primera
hora al teléfono, caminando de un lado a otro como neófito padre en sala de
espera.
-¡No me importa si
tienes que alquilar un tren, un avión o un burro y menos me importa que no sea
día de distribución a mi zona! Me mandas inmediatamente ese producto o en este
momento alquilo un “rabón” con cargo
a tu centro de costos para tenerlo aquí a más tardar a mediodía. No voy a
permitir que se ponga en juego la vida de ningún paciente de nuestros clientes
porque “hoy no me toca”, ¿lo
entiendes?-, Y colgó el teléfono sin dar oportunidad a contrarréplica.
Alberto contaba a sus 32
años de edad, 4 laborando para HUNICACORP. Había pasado a los seis meses de su
ingreso a la compañía por dos puestos anteriores antes de ser nombrado gerente
regional, tiempo considerado récord en una empresa reconocida a nivel nacional
de absoluta presión, misma que ya comenzaba a hacer estragos en su salud a
pesar de su juventud y ser un disciplinado deportista, debido al estrés que día
con día, semana con semana y mes tras mes, implicaba el seguimiento de las
gráficas de resultados emanados de su perfil de puestos y manual de funciones.
Reflexión de vida laboral.
-¿Vale la pena? dijo
para sí, después de tomar asiento en su sillón ejecutivo de piel auténtica,
mismo que le hizo recordar una máxima: “Del
tamaño del respaldo del sillón de un ejecutivo, es el tamaño del miedo que
tiene a que se descubra su ineptitud”.
-¿Hacia dónde voy? ¿Qué
es lo que quiero? ¿Estoy “viviendo”
realmente? ¿Existo acaso? ¿¿Dónde quiero estar en 20 años? Y sobre todo ¿Cómo
quiero estar?- Eran las preguntas que tenían meses taladrando su cerebro.
Ciertamente le gustaba
su trabajo. La posición socio-económica que le daba el mismo, estaba muy por encima
del promedio del mercado laboral nacional, amén del amor que tenía por la
libertad que le proporcionaba su puesto, pues a la empresa no le importaba
dónde estaba, qué estaba haciendo o con quién o quienes se encontraba en
cualquier momento de su jornada laboral. A la empresa única y exclusivamente le
importaba el cumplimiento de los resultados del PAVA (Plan Anual de Ventas y
Administración).
Alberto no lograba
comprender cómo era posible que a esa edad, tuviera colegas ex alumnos de la
facultad y amigos que decían odiar su trabajo. -¿Cómo crees que voy a perder
los siete años de antigüedad que tengo? (!!!!)-, eran las respuestas casi
generalizadas ante la pregunta: -¿Por qué no renuncias y buscas alternativas
que te hagan feliz y realizado, y dejas de quejarte?-.
¿A qué jugaban ésos
jóvenes? ¿Qué miserable vida les deparaba el destino y/o sus decisiones?
Respetaba el sentir al respecto de sus amigos, aún cuando no fuera empático con
su parecer. La vida para él, estaba hecha para correr riesgos, triunfos y
fracasos, adrenalina en todo momento, escapar del status quo, no para seguir un “caminito
seguro” que resumía en una sola palabra: Mediocridad. Arriba o abajo-era su
pensamiento-, JAMÁS en medio.
Tenía capacidades,
habilidades, carisma…eso no lo dudaba a pesar de sus miedos nacidos de las
huellas de abandono marcadas como paso de gigante en su alma. Huellas que todo
nacido en éste mundo llevaba, unos más, otros menos pero finalmente todos
lidiando con sus monstruos. Pero… ¿dejaría los mejores años de su vida en ésa
organización? ¿Sería siempre el peón – tallado en hermoso jade, pero finalmente
peón-, de los ególatras y caníbales accionistas, dueños de las grandes
corporaciones? O se lanzaría con valentía a hacer lo que él siempre quisiera de
su vida, con los riesgos y responsabilidad que eso conlleva.
Alberto venía
cabildeando entre su discernimiento y su intuición, noches enteras. ¿Qué
significado tenía la vida? Habían pasado los años maravillosos de escuela, de
serenatas y canciones, de atardeceres en el césped de los jardines de su
facultad, de bellos romances, juegos de vida y sueños…esos sueños que hacen al
joven ser joven.
Ahora tenía familia, una
esposa y dos hijos maravillosos que necesitaban el sustento y seguridad que el
trabajo del jefe de familia proveía al hogar. Le estaba ganando la partida la
cruda realidad de la vida; trabajar, trabajar y después de trabajar, descansar
trabajando.
Fijó mente y conciencia en su esposa, a quien no le
estaba dando lo mejor de su vida…su propio tiempo y atención, entre muchas
cosas más.
Sacó del cajón de su escritorio,
aquél viejo cuaderno de pasta escarlata, en donde plasmaba sus más íntimos
manuscritos, secretos y canciones. Abrió el mismo en una página en donde se
encontraba una de las canciones que le había compuesto a su esposa. Leyó y
tarareó mentalmente aquella pieza con un gran dejo de tristeza, pues entre él y
la madre de sus hijos cada día se iban separando sus almas, de manera casi
imperceptible como niebla tenue que no permite ver con claridad el camino.
Recorrió aquéllas líneas en el amarillento cuaderno, sintiendo el frío que la
soledad acusa:
“Yo no sé, cuántas veces señora…me he olvidado de ti.
Yo no sé, cuántas veces mi tiempo…sin querer lo perdí.
Encerrado en un mundo de lucha…por pan y posición.
Olvidando que tú estás en casa…esperándome amor.
Y después…quiero ir al sillón.
Yo no sé, cuántas veces mi tiempo…sin querer lo perdí.
Encerrado en un mundo de lucha…por pan y posición.
Olvidando que tú estás en casa…esperándome amor.
Y después…quiero ir al sillón.
Y dormir…pues mañana hay acción.
Yo no sé, cuántas veces olvido decirte…
Que te quiero y a Dios yo bendigo, por tenernos los dos.
Que mi vida no tiene sentido, si no tengo tu calor.
Que mi alma se siente asolada, si no escucho tu voz.
Ya lo ves…lo he olvidado otra vez.
Yo no sé, cuántas veces olvido decirte…
Que te quiero y a Dios yo bendigo, por tenernos los dos.
Que mi vida no tiene sentido, si no tengo tu calor.
Que mi alma se siente asolada, si no escucho tu voz.
Ya lo ves…lo he olvidado otra vez.
Pero cree que es verdad mi querer.
Yo no sé, cuántas veces desvelo tu descanso mi vida.
Yo no sé, cuántas veces preguntas, sin respuesta mejor.
Y levantas plegarias al cielo, presintiendo lo peor.
Y tu voz solo pide en silencio, que me cuide El Señor.
Ya lo ves, lo he olvidado otra vez. Pero cree, que es verdad mi querer…”
Yo no sé, cuántas veces desvelo tu descanso mi vida.
Yo no sé, cuántas veces preguntas, sin respuesta mejor.
Y levantas plegarias al cielo, presintiendo lo peor.
Y tu voz solo pide en silencio, que me cuide El Señor.
Ya lo ves, lo he olvidado otra vez. Pero cree, que es verdad mi querer…”
¡Hey, despierta!.
-¿Otra vez discutiendo?
Hasta la calle escuché tus gritos-, lo sacó de sus cavilaciones la voz de su
jefe inmediato superior, aquél gerente de distrito de baja estatura, de grandes
gafas e inteligente mirada.
-¡Qui´hubo pinche Paco!,
no asustes cabrón que de por sí estás feeeeeo como pegarle a Dios- Respondió Alberto
con una amplia sonrisa a la vez que le daba un fuerte y sincero abrazo al
recién llegado de la ciudad de Guadalajara, escondiendo tras una máscara de
felicidad, el dolor de lo acabado de leer. Existía entre jefe y subordinado,
esa empatía y simpatía que sólo da la confianza de ser un verdadero equipo de
trabajo.
-Por supuesto Paco, ya
conoces la mentalidad cuadrada de los gerentes de planta aún cuando tienen en
su “call book” los planes de
contingencia. No entienden los cabrones-, respondió.
-Está bien, está
bien…dame el formato para firmar yo también- Dijo Paco al tiempo que llamaba a
la auxiliar administrativa que se ponía a temblar día tras día para dar
explicaciones telefónicas al corporativo de los actos de su jefe, pues Alberto
asistía lo indispensable a su oficina, era de los ejecutivos que se “ensuciaban los zapatos” y no existía en
ese entonces la tecnología de comunicación para vigilar, como hoy en día, hasta
a qué hora vas a poner cara venuda y colorada en tus necesidades fisiológicas
(¡Já!).
- “El Caballo Bronco”- Dijo
Paco entre dientes una vez firmado el documento y soltó la carcajada… ¡pero en
serio!, casi al borde de las lágrimas que no podía contener ante la hilaridad
que le provocaba el mote que le pusieron a su amigo y subalterno en la ciudad
de México y que a esas alturas (quince días transcurridos) ya se había
difundido entre todos los gerentes de distrito de la república.
- ¿De qué me hablas?-
Dijo Alberto sin comprender el motivo de la risa de su jefe.
-Después de trabajar te
invito una copa en la noche y ahí te explicaré- Y partieron hacia Los Azufres,
a resolver un problema de la Planta Geotérmica de CFE, enclavada en una de las
zonas más hermosas del estado de Michoacán.
La desilusión.
Al centro de la vista
panorámica, destacaba la hermosa e iluminada Catedral de Morelia en una noche llena
de estrellas y totalmente despejada.
Desde el bar del
exclusivo hotel Villa Montaña -el lugar preferido de hospedaje de todos los
ejecutivos que visitaban frecuentemente la zona de Alberto-, se podía disfrutar
de un buen tinto, en un ambiente que invitaba a la reflexión a quien se
encontraba en tan bello lugar, casi el misticismo para quien, en solitario
degustaba de su bebida preferida. Al fondo del pasillo, el piano esparcía en el
tibio viento, hermosas melodías que invitaban al romanticismo de las parejas,
básicamente del extranjero que visitaban la colonial ciudad. Además era un
lugar perfecto para tratar temas serios y de trascendencia para las decisiones
estratégicas que tenían que ver con HUNICACORP en esa zona de alto crecimiento
en el mercado.
-Tómate un tequila, lo
vas a necesitar- Comenzó el coloquio Paco.
-Tendrás que esperar un
año más- Continuó en un tono serio y que denotaba su también sincero desacuerdo
en la decisión tomada en las oficinas corporativas, mientras el mesero servía
las bebidas solicitadas. A grandes rasgos le contó lo sucedido en esa reunión y
que a su vez, le había transmitido Rubén.
Alberto, con una calma
que sorprendió a Paco, bebió de su copa y le dijo: -Sabes cómo aprecio a ésta
Compañía, mi gran escuela profesional. Sabes cómo valoro a todo mi equipo de
trabajo y el orgullo de pertenecer a una empresa de élite. Tienes la seguridad
de mi aprecio por tu amistad y apoyo laboral… ¿De acuerdo?- Asintió Paco con un
movimiento de cabeza y con mirada inquisitiva.
Pidió otra copa de Cabernet Sauvignon y se dirigió al
barman:
–Traiga otra a mi amigo,
que ahora él es el que la va a necesitar…! Y de mezcal rebajadito con
aguardiente, con un piquetito de alcohol del 96 pa´que amarre!- Gritó al mesero
que diligentemente acataría la solicitud y discretamente sonrió (y más de algún
comensal también). Paco sonriente dijo:
-Nunca cambies cabrón, aparte de hacerme pasar
vergüenzas, me haces reír y mucho-.
La decisión.
-¿Sabes Paco? El mundo
es una selva, una jungla en donde a cada paso que des, te puedes encontrar con
un gran peligro o el más bello paraje. Particularmente mi visión del mismo, es
que en ésta enorme jungla, existe un puñado de domadores y el resto son
animales domesticados. Yo soy efectivamente un caballo bronco que jamás será
domado, no pretendo entregar mi vida a una empresa que a contentillo de los
jefes en turno, decidan mi futuro laboral. Te anuncio informalmente mi retiro
de la compañía para el 31 de diciembre del próximo año si no me dan el puesto
de gerente de distrito en cualquier zona del país-.
Paco, conociendo
profundamente a Alberto, lo tomó en serio, sin embargo, esbozando una gran
sonrisa dijo:
–No bromees Alberto, falta más de un año para
que te retires según tu dicho, te prometo que cuando menos, estarás al mando de
una planta ¿ok?-.
-No es negociable-
Concluyó Alberto y continuaron disfrutando de la hermosa vista del hotel y de
una que otra gringita que
correspondía al alza de copas a distancia con pícara sonrisa… charlando de
diferentes temas, menos de lo laboral.
Al año siguiente…
- Cierren esa puerta- se
escuchó la voz de Rubén, siendo las 8 am en punto, quien generalmente presidia
todas las reuniones anuales de resultados en la última semana del mes de
noviembre, acompañado frecuentemente por ejecutivos de primer nivel de la
empresa, directivos de unidades de apoyo y logística. Esas reuniones se
caracterizaban especialmente por una mayor presión. ¡Era una compañía de
presión, todos lo sabían! la palabra presión estaba metida en la mente y hasta
las venas de todos los empleados, particularmente los ejecutivos responsables
de alcanzar los resultados del PAVA. Al salir de las juntas de cada mes ante la
pregunta de rigor “¿Cómo te fue?” – ¡Cobro la siguiente quincena! –, era la
respuesta de quienes habían salido librados de presentarse a recursos humanos
para el correspondiente finiquito… con mayor razón el estrés hacía presa de los
gerentes en la última reunión del año.
En esa junta se
revisaban absolutamente todos los rubros de cada zona. Desde rotación en almacenes,
ventas, administración, costos de operación, proyecciones, necesidades de
capacitación y todo lo que tuviere que ver con el crecimiento y posicionamiento
en el mercado de HUNICACORP.
Una vez cerrada esa
puerta a las 8 am en punto, quien no hubiere llegado a tiempo sufría las
consecuencias de ese retardo, que podía ser desde un muy severo llamado de
atención y hasta el temido y frío despido, sin importar posición ni antigüedad.
-Caballeros…!bienvenidos
al callejón de los madrazos! –, era el saludo y bienvenida de Rubén a los presentes
cada fin de año.
Eran eternas esas
reuniones pero pasaban como en un santiamén, pues no había espacio para el
aburrimiento. Los presentes sabían que debían poner toda su atención y aprender
de los errores cometidos por compañeros de batalla para que cuando pasaran al
frente a realizar su propia presentación no se fuera a pasar ningún detalle,
debía ser impecable, sin margen a error. Generalmente se encargaba comida rápida para no detener el ritmo y
poder salir a buena hora por la noche a fin de que, a manera de recompensa por
el esfuerzo de los presentes, asistir al mejor de los restaurantes, bares o
cualquier lugar de la Perla Tapatía en dónde poder hacer catarsis después de
una jornada laboral extremadamente pesada y llena de estrés.
Ese día fue la excepción
pues alguna emergencia de los directores les obligó a dar espacio de una hora a
los gerentes para que salieran a comer y regresar en punto de las 6 pm.
Alberto se le pegó a
Rodolfo, un compañero con el cual tenía una gran empatía y conocía a la
perfección la ciudad y sus lugares para comer.
El niño del crucero.
De regreso, en un
crucero de la avenida Lázaro Cárdenas a la altura de Ciudad Industrial, se
encontraba un pequeñín vendiendo pirinolas…sí, pirinolas. Esos trompos de seis
caras en desuso que determinan la suerte en un juego infantil de “apuestas”
generalmente de canicas, fichas o cualesquier fruslería que a los “niños de
ayer” entretenían a falta (Bendito sea Dios) de Play Station, X-Box, Wii y esas
consolas más adictivas que los juegos de azar para un tahúr.
Era una pirinola común,
pero con una característica que le llamó la atención a Alberto: Eran enormes y
multicolores, tenían el tamaño de un envase plástico de un galón de agua que se
vende hoy en día a precio de oro, sí… ¡el agua a precio de oro! (hay mercados
de consumo que resultan inexplicables). Las abuelas se hubieran hecho
millonarias si envasaran y comercializaran su refrescante agua de piedra
volcánica de destilar ¿Cómo no se les ocurrió?
¿Por qué compró una de
esas pirinolas? No sabía si por ayudar un poco a ese angelito, o para dar a
conocer a sus hijos ese “mazo de suerte” a quienes más bien les llevaba después
de cada viaje algún presente más ad hoc
como “Los Caballeros del Zodíaco” o
personajes de los “ThunderCats”.
Seguramente por la
primera razón, pues sus hijos ya estaban contaminados con “Mario Bros” en su Nintendo. Pero lo más raro para él mismo fue que
al llegar a las instalaciones de la empresa, llevó consigo la bromosa pirinola,
en lugar de dejarla en su auto, incluso escondida bajo su saco, misma que
introdujo sigilosamente en la sala de juntas y colocó bajo la mesa en el
extremo donde tenía su lugar. ¿Para qué? …Sin querer, la pirinola iba a ser
protagonista de una de las más inolvidables anécdotas de la empresa y que
confirmaría que Alberto era un caballo bronco.
Una vez expuestos los
resultados de todos los presentes, Alberto, a sabiendas que no era el momento
de tratar el tema de su ascenso, sin más se dirigió a Rubén y sin rodeos le
preguntó del resultado de la reunión de evaluación que había pasado la semana
inmediata anterior en la ciudad de México… ¡Frente a todos! (“Crazy Horse”, sería ahora su mote ¡Já!).
Rubén, visiblemente
molesto le dijo que no sabía, dirigiendo su mirada a Roberto y Paco, jefes en
escalafón de Alberto, quienes de igual manera sorprendidos y tal vez para no
discutir el tema en público, se miraron uno a otro y casi al unísono dijeron
“no saber” del resultado tampoco, que ya investigarían y le harían saber en su
momento el resultado.
Alberto sabía que lo
sabían, sin embargo ante esa respuesta, de repente recordó que tenía la
pirinola bajo la mesa (sin albur) y también tenía en conciencia que su pregunta
no era más que retórica entre ambas partes, pues él hacía tiempo que había
tomado la decisión de renunciar independientemente del resultado de su evaluación
anual, así que…
¡A girar!.
No daban crédito a lo
que veían. Todos los presentes se quedaron mudos, literal, ante ¡UNA PIRINOLA
MULTICOLOR GIRANDO Y RECORRIENDO LA MESA!
Había un total silencio
en la sala, solamente se escuchaba la puntilla de la pirinola en fricción con
la enorme superficie de caoba, que por increíble que parezca, la recorrió por
todo lo largo y ancho de la misma…girando y girando, rodando y recorriendo
caprichosamente el frente de cada uno de los ejecutivos que seguían como aletargados
ante un espectro que de pronto se les hubiera aparecido.
-¡Qué les parece si
dejamos que la suerte decida!- había dicho Alberto antes de sacar la pirinola
(otra vez, sin albur) y sus palabras llegaron como en un filme con audio
retrasado a los oídos de aquéllos hombres, sin saber cómo ni en qué momento
había sacado inesperadamente aquél instrumento haciéndolo girar con gran fruición
y que desentonaba por completo en esa reunión de fin de año.
Rodolfo fue el primero
en soltar la más sonora carcajada que se le había escuchado. Acto seguido,
Rubén lo secundó, continuó Paco y así sucesivamente todos los presentes que
poco a poco iban comprendiendo que no era una visión lo que sus ojos veían.
¡Era una pirinola girando en una reunión formal de ejecutivos!
¿De dónde salió? ¿Cómo
apareció? No importaba ya. Simplemente todos estaban retorcidos en sus asientos
y más de alguno sin poder hablar, con los ojos lagrimando por la hilaridad que
el inesperado y súbito suceso les tenía a más de alguno con dolor de estómago.
Fue menguando la
centrífuga fuerza que tenía girando a la pirinola y como borrachita comenzaba a
dar sus primeros tropiezos hasta detenerse finalmente con la cara superior que
decía: TOMA TODO.
Cuando después de un
buen rato dejaron de reír ante la ocurrencia de mago que había tenido Alberto,
tomó la palabra muy seriamente.
-Paco, como lo anticipé
hace un año, aprovecho la ocasión para agradecer la oportunidad que me dieron
al formar parte de un equipo de profesionales de primer nivel. Rubén, agradezco
infinito tu mentoría. El día 31 de diciembre, será el último de labores para
mí, en la empresa que con gran orgullo pasará a formar parte de mi currículo
profesional- Dijo fría pero sinceramente Alberto ante el asombro de Paco, único
testigo de las palabras de Alberto poco más de doce meses atrás.
En la vida muchas cosas puedes hacer, menos detenerte.
No hubo marcha atrás.
Alberto, “El Caballo Bronco”, había
no solamente cumplido su palabra empeñada un año atrás. Había, tomado una
decisión de vida. La pirinola había marcado un rotundo TOMA TODO en esa, su
última junta de resultados.
Ahora, el último día que
marcaba el calendario de ese año, despidiéndose de su equipo de trabajo en sus
oficinas…la había puesto a girar nuevamente sin conocer en qué cara caería en
cada etapa de su futura vida laboral.
¿Qué le deparaba el
destino y su decisión?, no tomada por arrebato, más bien por ser dueño de sus
propias decisiones y consecuencias. No sabía qué sucedería, pero cuando menos
sabía algo…
Se había armado de valor
para salir del sistema de aquéllos que creen manejarlo todo y tener potestad
sobre de vidas y almas.
Se equivocaban, su vida
y su rumbo estaban marcados por una extraña pero Divina sociedad con Dios.
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