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domingo, 26 de abril de 2015

-¿Qué buscas?-
Apenas escuché las palabras y prácticamente sin voltear a ver la figura que apenas percibía sin importarme quién era, le contesté con un grito ahogado, que apenas pude transmitir en mi desesperación y llanto, en mi inconmensurable angustia, mientras con mis propias manos seguía removiendo escombros, lacerándome sin piedad hasta los codos y rodillas.
– A mi padre y a mi pequeño hermano ¿que no ves? ¡Qué pregunta!-
Apenas habían pasado no más de 20 minutos después del más grande estruendo que escuché y mirar con absoluto terror cómo se encontraba derrumbado el edifico que albergaba el negocio atendido por mi padre.
¡Oh que dolor¡ ese día me tocaba ayudar a mi progenitor en la tienda de legumbres que abastecía con el producto del trabajo a nuestro hogar, el sostén de mi familia.
¡Porqué! - me preguntaba- tuve que dar mi lugar a mi hermano para suplir mis labores en ese día.
Recordé en fracciones de segundo lo sucedido esa mañana. Discutí una vez más con mi padre por cosas tan triviales. Mi pequeño hermano, presto a distender la discusión, se adelantó a decir, -yo voy contigo padre- con aquél sano intento que siempre lo caracterizaba para no seguir permitiendo esas continuas discusiones que lo lastimaban, que lo herían, pues sus dos más grandes amores estaban peleando una vez más. A mi madre fallecida años atrás cuando sólo éramos un par de infantes, la había vencido un terrible cáncer.
Ahora, bajo la tensión más grande jamás percibida ni imaginada, el mundo a mi alrededor gritaba, lloraba, corría sin rumbo, confundida ante la más grande tragedia vivida en nuestra ciudad.
Solo llanto y dolor se percibía en lo que quedaba de las calles. Mujeres, niños, jóvenes y hombres corriendo sin rumbo, con sus miradas perdidas, con sus almas destrozadas.
El hombre aquel se dispuso a continuar ayudando sin mediar palabra, junto conmigo comenzó a remover la tierra y los despojos materiales, entre concreto, vigas, fierros retorcidos solo atiné a ver sus manos junto a las mías, cavando, moviendo, haciendo a un lado todo para encontrar a la única familia que me quedaba.
-¿Crees que aquí están? - preguntó nuevamente.
-¡Por supuesto! - le grité, apenas hace unas horas estaban aquí, donde siempre… trabajando.
-¿Tienes fe en que ambos están bien?-
-¡Sí, tengo fe!- Le grité desde lo más hondo de mi alma. Comenzaban a molestarme sus palabras.
-Entonces están bien- dijo sin más.
Continuó en silencio ayudándome.
Nuestras manos sangraban, no sentía el dolor, era mucho más grande mi esperanza de volver a verlos, decirles cuánto los amaba y cuánto sentía el haber discutido con mi padre.
No percibí cuánto más duramos cavando con nuestras propias manos, el tiempo había dejado de existir. Solamente a lo lejos, como clavado en un rincón de mi mente, escuchaba cada vez menos en mi interior el caos que nos rodeaba...solamente tenía claro encontrar a mis dos seres más amados.
De pronto escuché un quejido ahogado pidiendo auxilio, era la voz de mi padre. De inmediato tomé de entre los escombros una varilla que ayudaría a hacer palanca para remover aquello que aun nos distanciaba de él.
Con un frenesí que salía más de mis entrañas que de mi propio cuerpo, continuamos cavando hasta que apareció la mano de mi padre, con sumo cuidado fuimos removiendo todo, hasta desprenderlo de cualquier escombro que lo tenía atado a la sepultura no cavada, a la sepultura no deseada, a la tumba inadvertida e inesperada que cubría sin piedad a tal vez decenas, cientos o quizá miles de seres, victimas del terrible suceso.
Salió mi padre, herido tal vez con múltiples fracturas ¡pero vivo!
Con inmenso dolor preguntó por mi hermano pequeño.
-¿Dónde está? - Gritó con la fuerza que le dejaba su maltrecho cuerpo.
-El está bien- escuché de nuevo al extraño que me estaba ayudando.
Por primera vez volteé a ver al sujeto que de manera extraña e inconcebiblemente tranquilo se prestó a ayudarme.
Junto a El, estaba mi hermano pequeño, quien sonrío con una luz maravillosamente extraña en todo su rostro, no tenía herida alguna, ¡estaba intacto!
Que felicidad, ¡mi hermano estaba también vivo!
Pero…dentro aun de nuestra confusión solamente vimos a mi pequeño hermano menor, que tomaba de la mano al extraño y daba vuelta para caminar junto a El.
No pude más que ver sus manos entrelazadas y hasta entonces me percaté que las manos de aquel hombre estaban sangradas igual que las mías...sólo que las suyas tenían dos grandes perforaciones atravesando sus palmas.
Se alejaron… no sin antes voltear para sonreír y mirarnos con un infinito amor que nos transmitió a mi padre y a mí, una inmensa paz.
(-Por las víctimas de Nepal, por las muertes de todo ser vivo de los terremotos pasados, presentes y futuros. Porque el hombre comprenda que está perdido y que debe recuperar el camino hacia Dios-)